domingo, septiembre 20, 2009

SONATINA


Rubén DARÍO
(Nicaragüense, 1867-1916)

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz,
o en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los linos con los versos de mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbios del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida.)
¡Oh, visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
(La princesa está pálida. La princesa está triste.)
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

"Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;
en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderse los labios con su beso de amor."
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POEMA


Julio CORTÁZAR
(Belga-Argentino, 1914-1984)

Te amo por ceja, por cabello, te debato en
corredores blanquísimos donde se juegan las
fuentes de la luz,
te discuto a cada nombre, te arranco con
delicadeza de cicatriz,

voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago
y cintas que dormían en la lluvia.
No quiero que tengas una forma, que seas
precisamente lo que viene detrás de tu
mano;

porque el agua, considera el agua, y los leones
cuando se disuelven en el azúcar de la
fábula,
y los gestos, esa arquitectura de la nada,
encendiendo las lámparas a mitad del
encuentro.
Toda mañana es la pizarra donde te invento y
te dibujo

pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con
ese pelo lacio, esa sonrisa.
Busco tu suma, el borde de la copa donde el
vino es también la luna y el espejo,

busco esa línea que hace temblar a un hombre
en una galería de museo.
Además te quiero, y hace tiempo y frío.
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TEORÍA DE TUS OJOS


Atilio Jorge CASTELPOGGI
(Argentino, 1919-...)

Los puertos de tus ojos buscándome en el viento.
Las sombras de tus ojos sonando en mi mirada.
Los pactos de tus ojos besándome en mis ojos.

¿Escuchas ya mi nombre llamándote en la noche?
Cascadas de tu risa agitan las campanas.
Las horas del olvido no llegan a mis ojos.
El aire es un reloj que siempre dice algo.
Las voces de tus ojos pegándome a tus ojos.

Empieza el alma a descarnar sus lágrimas.
El puente del otoño se carga de presagios.
¿Es caso este otoño un símbolo del tiempo?
¿Tu ausencia está fijada al borde de las hojas?

Empieza a sollozar el día su naufragio.
Ha llegado el adiós como un grito en los ojos.
Entre los árboles se sienten los crepúsculos
con sus hembras distantes.
La tempestad del llanto comienza a ser relato.

Entonces ya no hay nada
sino la forma exacta que crece en tu mirada.
El mundo que levanta el mundo de tus ojos
mirando hacia mis ojos.
La boca de tus ojos mordiéndome el deseo
y la aventura nueva
con su nuevo misterio.

El canto de tus ojos.
La lluvia de tus ojos.
La bruma de tus ojos.
El pueblo de tus ojos mezclándose a mi sangre.
Los ojos de tus ojos metiéndose en mis ojos.
Después, sucede siempre, que sobran las palabras.
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TU SECRETO


Evaristo CARRIEGO
(Argentino, 1883-1912)

¡De todo te olvidas! Anoche dejaste
aquí sobre el piano, que ya jamás tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:
un libro, vedado, de tiernas memorias.

íntimas memorias. Yo lo abrí al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena más honda,
el dulce secreto que no diré a nadie:
a nadie interesa saber que me nombras.

...Ven, llévate el libro, distraída, llena
de luz y de ensueño. Romántica loca...
¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!

...¡De todo te olvidas, cabeza de novia!
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EPIGRAMAS


Ernesto CARDENAL
(Nicaragüense, 1925-...)

Te doy, Claudia, estos versos, porque tú eres su dueña.
Los he escrito sencillos para que tú los entiendas.
Son para ti solamente, pero si a ti no te interesan,
un día se divulgarán tal vez por toda Hispanoamérica...
Y si el amor que los dictó, tú también lo desprecias,
otras soñarán con este amor que no fue para ellas.
Y tal vez verás, Claudia, que estos poemas,
(escritos para conquistarte a ti) despiertan
en otras parejas enamoradas que los lean
los besos que en ti no despertó el poeta.

Cuídate, Claudia, cuando estés conmigo,
porque el gesto más leve, cualquier palabra, un suspiro
de Claudia, el menor descuido,
tal vez un día lo examinen eruditos,
y este baile de Claudia se recuerde por siglos.

Claudia, ya te aviso.

Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:
yo porque tú eras lo que yo más amaba
y tú porque yo era el que te amaba más.

Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti
pero a ti no te amarán como te amaba yo.

Muchachas que algún día leáis emocionadas estos versos
y soñéis con un poeta:
sabed que yo los hice para una como vosotras
y que fue en vano.
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CANCIÓN DEL PRIMER AMOR


Arturo CAPDEVILA
(Argentino, 1889-1967)

¡Ah, que gloria! Vino de pronto, traviesa,
la fresca chiquilla de la edad jovial:
las mejillas, rosas; la boquita, fresca,
y la muy querida me tocó el cristal.

Yo seguí con ella camino del huerto.
¡Oh, la primavera bajo el huerto en flor!
Yo seguí con ella, soñando despierto...
Y no fue más que esto mi primer amor.
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¡QUIEN SUPIERA ESCRIBIR!




Ramón de CAMPOAMOR

I

—Escribidme una carta, señor cura.
—Ya sé para quién es.
—¿Sabéis quién es porque una noche oscura
nos visteis juntos? —Pues...
—¡Perdonad!, mas... —No extraño ese tropiezo
La noche..., la ocasión...
Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo
Mi querido Ramón:
—¿Querido? ... Pero, en fin, ya lo habéis puesto...
—Si no queréis... —¡Sí, sí!
—¡Qué triste estoy! ¿No es eso? —Por supuesto
—¡Qué triste estoy sin ti!
Una congoja, al empezar, me viene...
—¿Cómo sabéis mi mal?
—Para un viejo, una niña siempre tiene
el pecho de cristal.
¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura.
¿Y contigo? Un edén.
—Haced la letra clara, señor cura;
que lo entienda eso bien.
—El beso aquél que de marchar a punto
te di... —¿Cómo sabéis?...
—Cuando se va y se viene, y se está junto,
siempre... No os afrentéis.
Y si volver tu afecto no procura,
tanto me harás sufrir...
-¿Sufrir y nada más? No, señor cura.
¡Qué me voy a morir!
-¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo?...
—Pues sí, señor. ¡Morir!
-Yo no pongo morir. —¡Qué hombre de hielo!
¡Quien supiera escribir!



II

—¡Señor rector, señor rector!, en vano
me queréis complacer,
si no encarnan los signos de la mano
todo el ser de mi ser.
Escribidle, por Dios, que el alma mía
ya en mí no quiere estar:
que la pena no me ahoga cada día...
porque puedo llorar.
Que mis labios, las rosas de su aliento,
no se saben abrir;
que olvidan de la risa el movimiento
a fuerza de sentir.
Que mis ojos, que él tiene por tan bellos,
cargados con mi afán,
como no tienen quién se mire en ellos,
cerrados siempre están.
Que es, de cuantos tormentos he sufrido,
la ausencia el más atroz;
que es un perpetuo sueño de mi oído
el eco de su voz...
Que, siendo por su causa, el alma mía
¡goza tanto en sufrir!...
Dios mío, ¡cuántas cosas le diría
si supiera escribir!...


III
Epílogo

—Pues, señor, ¡bravo amor! Copio y concluyo:
A don Ramón... En fin,
que es inútil saber para esto, arguyo,
ni el griego ni el latín.
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El amor y el suicidio


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Un corazón ensangrentado


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