Jueves, 18 de septiembre
Mi querida D., quiero decirte con bastante desenvoltura y paciencia para pensar cada palabra que ahora escribo, que esta madrugada, por más fría que sea, me es sumamente placentera.
Yo sí creo que hay situaciones desesperantes que cambian con brusquedad si al contraste una presencia con la gracia y lindeza que posees se aparece y extiende su brazo vivificante para darte un apretón que es como un aliento nuevo y que, ya caído uno y muy errabundo en los ausentes goces, ha de estarse de nuevas, con formas muy renovadas de ver la vida (esta que nos está tocando palpar). Creo que las mareas de dudas que a veces nos congela y se lleva nuestras palabras a la ciénega de los resentimientos y asperezas, no puede con el calor que infundes aún si yo trato de ventilar cada frase y de buscar las charcas mas lodosas donde enterrarlas. Sin lugar a dudas, haces que mi vida tenga algún sentido.
Por todo, D., digo que lo que nos está marcando, si te atreves a reconocerlo, tiene que ver con la complejidad que hay en cada una de nuestras vidas, expuestas. Para el caso, podemos hacer comparaciones, diseminar excusas, extraviarse en rincones poco concurridos, esconderse de las miradas..., todo con el afán de disminuir el grado de locura en la que nos sumerge este desasosiego irracional y muy sustentado que a voces llenas llamamos CORDURA. Y sin embargo nada es relevante, nada, menos este absurdo del que huyes y del que huyo yo en pro de tu bienestar; menos la carga que vas arrastrar cuando el yugo de las miradas pesen sobre ti, porque debes saber que va a suceder aquello; menos, mi amor, el malestar enfermizo que tendrás por causa de toda esa podredumbre del mundo que te rodea, diseminada ya, que esta vez será como un huracán devastador ansioso de llevar todo a su paso, dejando nada más que escombros.
Y si es mucho, pienso, ¿dónde podrás ocultar tu rostro? ¿Te quedarán ganas de decirme las cosas que vienes diciéndome día a día?... El pecado fue una cruz, te escucho decir, vino con herejía a posarse en mis lomos y a enterrarme junto a ti, que ya no estás más... Ciertamente, hay un desvarío en tus ojos dormidos. ¿Eres mi amor? ¿Harto? ¿Bastante? Ya sabes, son nuestros códigos. A estas alturas no importa la lógica: lo absurdo es bien recibido.
Mi querida D., muy querida. ¿Será que a veces trato de impresionarte hablándote del final? ¿Será que lo hago por llamar tu atención? ¿O es que también forma parte de lo absurdo y en suma, debo decir tantas cosas como me sea posible para encontrar el sentido que todo ser humano anhela para su vida?
Mi querida D., quiero decirte con bastante desenvoltura y paciencia para pensar cada palabra que ahora escribo, que esta madrugada, por más fría que sea, me es sumamente placentera.
Yo sí creo que hay situaciones desesperantes que cambian con brusquedad si al contraste una presencia con la gracia y lindeza que posees se aparece y extiende su brazo vivificante para darte un apretón que es como un aliento nuevo y que, ya caído uno y muy errabundo en los ausentes goces, ha de estarse de nuevas, con formas muy renovadas de ver la vida (esta que nos está tocando palpar). Creo que las mareas de dudas que a veces nos congela y se lleva nuestras palabras a la ciénega de los resentimientos y asperezas, no puede con el calor que infundes aún si yo trato de ventilar cada frase y de buscar las charcas mas lodosas donde enterrarlas. Sin lugar a dudas, haces que mi vida tenga algún sentido.
Por todo, D., digo que lo que nos está marcando, si te atreves a reconocerlo, tiene que ver con la complejidad que hay en cada una de nuestras vidas, expuestas. Para el caso, podemos hacer comparaciones, diseminar excusas, extraviarse en rincones poco concurridos, esconderse de las miradas..., todo con el afán de disminuir el grado de locura en la que nos sumerge este desasosiego irracional y muy sustentado que a voces llenas llamamos CORDURA. Y sin embargo nada es relevante, nada, menos este absurdo del que huyes y del que huyo yo en pro de tu bienestar; menos la carga que vas arrastrar cuando el yugo de las miradas pesen sobre ti, porque debes saber que va a suceder aquello; menos, mi amor, el malestar enfermizo que tendrás por causa de toda esa podredumbre del mundo que te rodea, diseminada ya, que esta vez será como un huracán devastador ansioso de llevar todo a su paso, dejando nada más que escombros.
Y si es mucho, pienso, ¿dónde podrás ocultar tu rostro? ¿Te quedarán ganas de decirme las cosas que vienes diciéndome día a día?... El pecado fue una cruz, te escucho decir, vino con herejía a posarse en mis lomos y a enterrarme junto a ti, que ya no estás más... Ciertamente, hay un desvarío en tus ojos dormidos. ¿Eres mi amor? ¿Harto? ¿Bastante? Ya sabes, son nuestros códigos. A estas alturas no importa la lógica: lo absurdo es bien recibido.
Mi querida D., muy querida. ¿Será que a veces trato de impresionarte hablándote del final? ¿Será que lo hago por llamar tu atención? ¿O es que también forma parte de lo absurdo y en suma, debo decir tantas cosas como me sea posible para encontrar el sentido que todo ser humano anhela para su vida?
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