viernes, septiembre 10, 2010

PRETEXTO


Domingo ZERPA
(Argentino)


Bajamos los dos al río
no bien lloviera en el cerro:
ella con cierto motivo,
yo sólo con un pretexto.

La muy donosa traía
entre sus brazos morenos
una tinaja en continua
carambola con sus pechos.

Yo, que después de la lluvia
soy primavera por dentro,
flores de cumbres y abismos
traía en mi pensamiento.

Los dos bajamos cantando
no sé qué motivo viejo,
y los dos nos entregamos
a la voz del arroyuelo.

Ella quebró su tinaja,
yo desvelé mi pretexto...
y desde entonces miramos
un mismo cielo por dentro.
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CASI TODAS LAS VECES



Idea VILARIÑO
(Uruguaya)


Conozco la ternura
como la misma palma de mi mano.
A veces entre sueños la recuerdo
como si ya la hubiese perdido alguna vez.
Casi todas las noches
casi todas las veces que me duermo
en ese mismo instante
tú con tu grave abrazo me confinas
me rodeas
me envuelves en la tibia caverna de tu sueño
y apoyas mi cabeza sobre tu hombro.
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PARA EL ALMA IMPOSIBLE DE MI AMADA


César VALLEJO
(Peruano, 1892-1938)


Amada: no has querido plasmarte jamás
como lo ha pensado mi divino amor.
Quédate en la hostia,
ciega e impalpable
como existe Dios.

Si he cantado mucho, he llorado más
por ti ¡oh mi parábola excelsa de amor!
Quédate en el seso
y en el mito
inmenso de mi corazón!

Es la fe, la fragua donde yo quemé
el terroso hierro de tanta mujer;
y en un yunque impío te quise pulir.
Quédate en la eterna
nebulosa, ahí
en la multicencia de un dulce noser.

Y si no has querido plasmarte jamás
en mi metafísica emoción de amor,
deja que me azote
como un pecador.
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AMOR PROHIBIDO



César VALLEJO
(Peruano, 1892-1938)

Subes centelleante de labios y ojeras!
Por tus venas subo, como un can herido
que busca el refugio de blandas aceras.

Amor, en el mundo tú eres un pecado!
Mi beso es la punta chispeante del cuerno
del diablo; mi beso que es credo sagrado!

Espíritu es el horópter que pasa
puro en su blasfemia!
El corazón que engendra al cerebro
que pasa hacia el tuyo, por mi barro triste.
Platónico estambre
que existe en el cáliz donde tu alma existe!

Algún penitente silencio siniestro?
Tú acaso lo escuchas? Inocente flor!
.. .Y saber que donde no hay un Padrenuestro,
el Amor es un Cristo pecador!
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EL BESO



Manuel UGARTE
(Argentino, 1878-1951)

A veces nuestros labios, como locas
mariposas de amor, se perseguían;
los tuyos de los míos siempre huían,
y siempre se juntaban nuestras bocas.

Los míos murmuraban: Me provocas;
los tuyos: Me amedrentas, respondían,
y aunque siempre a la fuga se atenían,
las veces que fugaron fueron pocas.

Recuerdo que, una tarde, la querella
en el jardín llevando hasta el exceso,
quisiste huir, mas, por mi buena estrella,

en una rosa el faldellín fue preso
y que, después, besé la rosa aquella
por haberme ayudado a darte un beso.
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LA CARICIA PERDIDA


Alfonsina STORNI
(Suizo-Argentina, 1892-1938)


Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos... En el viento, al pasar,
la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?

Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...

Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña
que te toma y te deja, que te logra y se va...

Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?
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EL ENGAÑO



Alfonsina STORNI
(Suizo-Argentina, 1892-1938)

Soy tuya, Dios lo sabe porqué, ya que comprendo
que habrás de abandonarme, fríamente mañana,
y que, bajo el encanto de mis ojos, te gana
otro encanto el deseo, pero no me defiendo.

Espero que esto un día cualquiera se concluya,
pues intuyo, al instante, lo que piensas o quieres.
Con voz indiferente te hablo de otras mujeres
y hasta ensayo el elogio de alguna que fue tuya.

Pero tú sabes menos que yo, y algo orgulloso
de que te pertenezca, en tu juego engañoso persistes,
con aire de actor del papel dueño.

Yo te miro callada como mi dulce sonrisa,
y cuando te entusiasmas, pienso: no te des prisa,
no eres tú el que me engaña; quien me engaña es mi sueño.
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ACASO


Alfonsina STORNI
(Suizo-Argentina, 1892-1938)

Andas por esos mundos como yo... no me digas
que no existes. Existes: nos hemos de encontrar;
no nos conoceremos. Disfrazados y torpes
por los mismos caminos echaremos a andar.

No nos conoceremos... distantes uno de otro.
Sentirás mis suspiros y te oiré suspirar...
¿Dónde está la boca, la boca que suspira?
Diremos el camino volviendo a desandar.

Quizás nos encontremos frente a frente algún día;
quizá nuestros disfraces nos logremos quitar...
Y ahora me pregunto: -cuando ocurra, si ocurre,
¿Sabrás tú de suspiros? ¿sabré yo suspirar?
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NOCTURNO



José Asunción SILVA
(Colombiano, 1865-1896)

III


Una noche
una noche toda llena de murmullos, de perfumes y de música de alas,
una noche en que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mi ceñida toda, muda, y pálida,
como si un presentimiento de amarguras infinitas
hasta el más secreto fondo de las fibras te agitara,
por la senda florecida que atraviesa la llanura
caminabas;
y la luna llena,
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca;
y tu sombra,
fina y lánguida,
y mi sombra,
por los rayos de la luna proyectadas,
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban,
y eran una,
y eran una,
y eran una sola sombra larga...
y eran una sola sombra larga...
y eran una sola sombra larga...
Esta noche,
solo; el alma
llena de infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma por el tiempo, por la tumba y la distancia,
por el infinito negro
donde nuestra voz no alcanza;
mudo y solo,
por la senda caminaba...
Y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida,
y el chirrido
de las ranas...
Sentí frío. Era el frío que tenían en tu alcoba
tus mejillas, y tus sienes, y tus manos adoradas,
entre las blancuras níveas
de las mortuorias sábanas.
Era el frío del sepulcro, era el hielo de la muerte,
era el frío de la nada.
Y mi sombra,
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola,
iba sola por la estepa solitaria;
y tu sombra, esbelta y ágil,
fina y lánguida,
como en esa noche de la muerte primavera,
como en esa noche llena de murmullos, de perfumes y de música de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marcho con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!...
¡Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras de las almas!
Oh las sombras que se buscan en las noches de tristezas y de lágrimas!...
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SI ME AMAS


SAN AGUSTÍN
(Numidia, África, 354-430)

No llores si me amas...
Si conocieras el don de Dios
y lo que es el cielo...
Si pudieras oír el
cántico de los ángeles
y verme en medio de ellos...
Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos
los horizontes, los campos y los nuevos
senderos que atravieso...
Si por un instante pudieras contemplar como yo
la belleza ante la cual las bellezas palidecen...
¡Cómo!... ¿Tú me has visto, me has amado
en el país de las sombras
y no te resignas a verme y amarme
en el país de las inmutables realidades?
Créeme. Cuando la muerte venga
a romper tus ligaduras
como ha roto las que a mí me encadenaban;
cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo
en el que te ha precedido la mía...
Ese día volverás a verme.
Sentirás que te sigo amando, que te amé,
y encontrarás mi corazón
con todas sus ternuras purificadas.
Volverás a verme en transfiguración, en éxtasis feliz.
Ya no esperando la muerte,
sino avanzando contigo,
que te llevaré de la mano por los senderos
nuevos de luz y de vida.
Enjuga tu llanto y no llores si me amas.
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RAZÓN DE AMOR



Pedro SALINAS
(Español, 1892-1951)


¿Serás, amor,
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el primer encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y sólo un día.
Amor es el retraso milagroso
de su término mismo:
es prolongar el hecho mágico
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primera condena de la vida.
Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan,
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el llegar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en dónde se le siente,
desnudo, altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales:
es de antes, de después.
Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara.
Y que lo más seguro es el adiós.

A esa, a la que yo quiero,
no es a la que se da rindiéndose,
a la que se entrega cayendo,
de fatiga, de peso muerto,
como el agua por ley de lluvia,
hacia abajo, presa segura
de la tumba vaga del suelo.
A esa, a la que yo quiero
es a la que se entrega venciendo,
venciéndose,
desde su libertad saltando
por el ímpetu de la gana,
de la gana de amor, surtida,
surtidor o garza volante,
o disparada -la saeta-
sobre su pena victoriosa,
hacia arriba, ganando el cielo.

¡Cómo me dejas que te piense!
Pensar en ti no lo hago solo, yo.
Pensar en ti es tenerte,
como el desnudo cuerpo ante los besos,
toda ante mí, entregada.
Siento cómo te das a mi memoria,
cómo te rindes al pensar ardiente,
tu gran consentimiento en la distancia.
Y más que consentir, más que entregarte,
me ayudas, vienes hasta mí, me enseñas
recuerdos en escorzo, me haces señas
con las delicias, vivas, del pasado,
invitándome.
Me dices desde allá
que hagamos lo que quiero
-unirnos- al pensarte.
Y entramos por el beso que me abres,
y pensamos en ti, los dos, yo solo.

Dame, tu libertad.
No quiero tu fatiga,
no, ni tus hojas secas,
tu sueño, ojos cerrados.
Ven a mí desde ti,
no desde tu cansancio
de ti. Quiero sentirla.
Tu libertad me trae,
igual que un viento universal,
un olor de maderas
remotas de tus muebles,
una bandada de visiones
que tú veías
cuando en el colmo de tu libertad
cerrabas ya los ojos.
¡Qué hermosa tú libre y en pie!
Si tú me das tu libertad me das tus años
blancos, limpios, agudos como dientes,
me das el tiempo en que tú la gozabas.

Quiero sentirla como siente el agua
del puerto, pensativa,
en las quillas inmóviles
el alta mar, la turbulencia sacra.
Sentirla,
vuelo parado,
igual que en sosegado soto
siente la rama
donde el ave se posa,
el ardor de volar, la lucha terca
contra las dimensiones en azul.

Descánsala hoy en mí: la gozaré
con un temblor de hoja en que se paran
gotas del cielo al suelo.
La quiero
para soltarla, solamente.
No tengo cárcel para ti en mi ser.
Tu libertad te aguarda para mí.
La soltaré otra vez, y por el cielo,
por el mar, por el tiempo,
veré cómo se marcha hacia su sino.
Si su sino soy yo, te está esperando.
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EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS


Miguel RAMOS CARRIÓN
(Español, ¿1851?-1915)

Desde la ventana de un casucho viejo,
abierto en verano, cerrado en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello
y que por la espalda casi roza el suelo.

Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.

Él solo, a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.

Monótono y tardo va pasando el tiempo,
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.
Desde la ventana del casucho viejo,
siempre sola y triste, rezando y cosiendo,
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
Pero no ve a todos; ve sólo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros.

Cada vez que pasa, gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.
Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirle: "¡Te quiero..., te quiero!...
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!...
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!...

A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.

En una lluviosa mañana de invierno
la niña que alegre saltaba del lecho
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos:
por la angosta calle pasaba un entierro.
Un seminarista, sin duda, era el muerto,
pues cuatro llevaban en hombros el féretro
con la beca roja encima cubierto,
y sobre la beca el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos;
los seminaristas iban en silencio,
siempre en dos filas, hacia el cementerio,
como por las tardes al ir de paseo.
La niña, angustiada miraba el cortejo:
los conoce a todos a fuerza de verlos.
Sólo, sólo faltaba entre ellos
¡el seminarista de los ojos negros!...

Corrieron los años, pasó mucho tiempo...
y allí en la ventana del casucho viejo
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
recuerda muy triste, las tardes de antaño,
¡al seminarista de los ojos negros!...
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AMOR CONSTANTE MAS ALLÁ DE LA MUERTE


Francisco de QUEVEDO y VILLEGAS
(Español)

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas, que humor a tanto fuego han dado,
médulas, que han gloriosamente ardido.

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, más polvo enamorado.
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DEFINICIÓN DEL AMOR



Francisco de QUEVEDO y VILLEGAS
(Español, 1580-1645)

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde, con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.

Este es el niño Amor, éste es su abismo.
¡Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!
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11 (de "No es el amor")


Julia PRILUTZKY FARNY
(Argentina)

Como decir de pronto:
tómame entre las manos,
no me dejes caer. Te necesito:
acepta este milagro.
Tenemos que aprender a no asombrarnos
de habernos encontrado,
de que la vida pueda estar de pronto
en el silencio o la mirada.
Tenemos que aprender a ser felices,
a no extrañarnos
de tener algo nuestro.
Tenemos que aprender a no temernos
y a no asustarnos
y a estar seguros.
Y a no causarnos daño.
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IX (de "Viaje sin partida")


Julia PRILUTZKY FARNY
(Argentina)

Un día te querré... Un día: ¿cuándo?
No lo sé, ni me importa, todavía.
Tan segura de amarte estoy, un día,
que ni anhelo ni busco: voy andando.

Mi mano que la espera va ahuecando
hoy reposa indolente, blanda y fría.
Un día te querrá... Hoy sólo ansía
encerrarse en la tuya, descansando.

Mi amor sabe aguardar. No es impaciente:
su deseo es arroyo, y no torrente
que hacia ti, con certeza, sigue andando.

Y una tarde cualquiera y diferente
me ha de dar a tu amor, serenamente.
Un día te amaré: ¿qué importa cuándo?
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6 (de "Este sabor de lágrimas")


Julia PRILUTZKY FARNY
(Argentina)


Para el amor buscado o el perdido,
para el amor huido o el hallado,
ten la ternura fuerte del osado,
ten la dulce fiereza del caído.

Para el amor invicto o el vencido,
para aquél evadido o retomado,
ten la ausente presencia del llegado
y el silencioso grito del partido.

Así has de estar: tendido y encerrado
-cobarde piel y sangre decidida-,
del mismo modo oculto y entregado,

al mismo tiempo el dardo que la herida.
Y este juego de amor, tan bien jugado,
te llevará las horas. Y la vida.
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CUANDO ME VES ASÍ




José PEDRONI
(Argentino, 1899-1968)


Cuando me veas
así, con esos ojos
que te miran sin
verte, es que a través
de ti miro mi sueño
sin dejar de quererte.

Porque en tu suave
transparencia tengo
un milagroso tul,
con el cual, para
dicha de mis ojos,
todo lo veo azul.
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jueves, septiembre 09, 2010

CANTE HONDO


Antonio Machado
(Español)

Yo meditaba absorto, devanando
los hilos del hastío y la tristeza,
cuando llegó a mi oído,
por la ventana de mi estancia, abierta

a una caliente noche de verano,
el plañir de una copla soñolienta,
quebrada por los trémolos sombríos
de las músicas magas de mi tierra.

...Y era el Amor, como una roja llama...
-Nerviosa mano en la vibrante cuerda
ponía un largo suspirar de oro,
que se trocaba en surtidor de estrellas-.

...Y era la Muerte, al hombro la cuchilla,
el paso largo, torva y esquelética.
-Tal cuando yo era niño la soñaba-.

Y en la guitarra resonante y trémula,
la brusca mano, al golpear, fingía
el reposar de un ataúd en tierra.

Y era un plañido solitario el soplo
que el polvo barre y la ceniza alienta.
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¿MI AMOR?...


Antonio Machado
(Español)

¿Mi amor?... ¿Recuerdas, dime,
aquellos juncos tiernos,
lánguidos y amarillos
que hay en el cauce seco?...

¿Recuerdas la amapola
que calcinó el verano,
la amapola marchita,
negro crespón del campo?...

¿Te acuerdas del sol yerto
y humilde, en la mañana,
que brilla y tiembla roto
sobre una fuente helada?...
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Sonetos de amor - Pablo Neruda



Palblo Neruda
(Chileno)

He aquí algunos de los más hermosos sonetos de Pablo Neruda, de su libro 100 sonetos de amor

Soneto XVII

No te amo como si fueras rosa de sal, topacio
o flecha de claveles que propagan el fuego:
te amo como se aman ciertas cosas oscuras,
secretamente, entre la sombra y el alma.
Te amo como la planta que no florece y lleva
dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores,
y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo
el apretado aroma que ascendió de la tierra.
Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde,
te amo directamente sin problemas ni orgullo:
así te amo porque no sé amar de otra manera,
sino así de este modo en que no soy ni eres,
tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,
tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.


Soneto XXII

Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,
sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,
en regiones contrarias, en un mediodía quemante:
eras sólo el aroma de los cereales que amo.
Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa
en Angol, a la luz de la luna de Junio,
o eras tú la cintura de aquella guitarra
que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.
Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.
En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato.
Pero yo ya sabía cómo era. De pronto
mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida:
frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas.
Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.


Soneto XXV

Antes de amarte, amor, nada era mío:
vacilé por las calles y las cosas:
nada contaba ni tenía nombre:
el mundo era del aire que esperaba.
Yo conocí salones cenicientos,
túneles habitados por la luna,
hangares crueles que se despedían,
preguntas que insistían en la arena.
Todo estaba vacío, muerto y mudo,
caído, abandonado y decaído,
todo era inalienablemente ajeno,
todo era de los otros y de nadie,
hasta que tu belleza y tu pobreza
llenaron el otoño de regalos.


Soneto LXXVIII

No tengo nunca más, no tengo siempre. En la arena
la victoria dejó sus pies perdidos.
Soy un pobre hombre dispuesto a amar a sus semejantes.
No sé quién eres. Te amo. No doy, no vendo espinas.
Alguien sabrá tal vez que no tejí coronas
sangrientas, que combatí la burla,
y que en verdad llené la pleamar de mi alma.
Yo pagué la vileza con palomas.
Yo no tengo jamás porque distinto
fui, soy, seré. Y en nombre
de mi cambiante amor proclamo la pureza.
La muerte es sólo piedra del olvido.
Te amo, beso en tu boca la alegría.
Traigamos leña. Haremos fuego en la montaña.


Soneto LXXIX

De noche, amada, amarra tu corazón al mío
y que ellos en el sueño derroten las tinieblas
como un doble tambor combatiendo en el bosque
contra el espeso muro de las hojas mojadas.
Nocturna travesía, brasa negra del sueño
interceptando el hilo de las uvas terrestres
con la puntualidad de un tren descabellado
que sombra y piedras frías sin cesar arrastrara.
Por eso, amor, amárrame el movimiento puro,
a la tenacidad que en tu pecho golpea
con las alas de un cisne sumergido,
para que a las preguntas estrelladas del cielo
responda nuestro sueño con una sola llave,
con una sola puerta cerrada por la sombra.
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