Manuel BENÍTEZ CARRASCO
(Español)
Contra mis cinco sentíos,
tus cinco toritos negros:
torito negro tus ojos,
torito negro tu pelo,
torito negro tu boca,
torito negro tu beso,
y el más negro de los cinco
tu cuerpo, torito negro.
Barreras puse a mis ojos,
tus ojos me las rompieron.
Barreras puse a mi boca,
tu boca las hizo leño.
Puse mi beso en barreras,
tu beso las prendió fuego.
Barreras puse a mis manos,
las hizo sombra tu pelo.
Y puse barreras duras
de zarzamora a mi cuerpo,
y saltó sobre las zarzas
el tuyo, torito negro.
¡Deja, que no quiero verte!
¡Déjame, que no te quiero!
Y luego monté mis ojos
sobre un caballo de miedo;
tus ojos me perseguían
como dos toritos negros.
Y luego metí mis manos
bajo un embozo de fuego;
tu pelo se me enredaba
igual que un torito negro
Y luego pegué mi boca
contra la cal de mi encierro,
tu boca estaba acechando
igual que un torito negro.
Y luego mordí mi almohada
para contener mi beso;
tu beso me corneaba
igual que un torito negro.
Y luego arañé mi carne,
de tentación y deseo,
para que no me gritara
que yo te estaba queriendo,
y tu cuerpo encandilado
-mimbre, luna, bronce y fuego-
igual que un torito negro.
¡Deja, que no quiero verte!
¡Déjame, que no te quiero!
El aire del cuarto estaba
temblando con tu recuerdo.
Cien caballos en mis venas,
al galope por mi cuerpo;
y yo, jinete sin rienda,
luchando por contenerlos.
Cien herreros en mi boca,
trabajando con mis besos,
y yo queriendo ser fragua
para poder deshacerlos.
Cien voces en mi garganta
gritándome que te quiero,
y yo, ¡mentira infinita!,
gritando que no te quiero.
Salí a por aire al balcón,
me tropecé con el cielo;
aquel cielo quieto y hondo,
verde, blanco, azul y negro.
Igual que el de aquella noche
de nuestro primer encuentro,
en que me hirieron al paso
tus cinco toritos negros.
Y me acordé de aquel aire
que jugaba con tu pelo
como un niño a quien le gustan
los caracolillos negros.
Y me acordé de aquel rayo
de luna, fino y torero,
que puso dos banderillas
de luz en tus ojos negros.
Y de aquel dolor de labios
que nos quedó de aquel beso,
y de aquel dolor de brazos,
y de aquel dolor de huesos
y de aquella caracola
de amor, que quedó por dentro
como un mar de amor dormido;
"¡que te quiero!, ¡que te quiero!"
y se me escapó la voz...;
grité: "¡Te quiero!, ¡te quiero!"
Y ya no pegué mi boca
contra la cal de mi encierro,
y ya no mordí mi almohada
para contener mi beso,
y ya no arañé mi carne
de tentación y deseo.
Pegué mi boca a tu boca,
junté mi beso a tu beso,
y otra vez aquel dolor
de cintura, brazo y huesos...
pensando en aquella noche
de nuestro primer encuentro.
¡Te quise siempre! ¡Te quise!
¡Te quiero siempre! ¡Te quiero!
Aunque no puedo quererte, ¡te quiero!
Aunque no debo quererte, ¡te quiero!
Aunque en cunas de tu casa
almendros se estén meciendo, ¡te quiero!
Aunque yo tengo dos lirios
que se me cuelgan del cuello, ¡te quiero!
Y aunque ponga mis barreras
de zarzamora y sarmiento
para que nunca la salten
tus cinco toritos negros:
torito negro tus ojos,
torito negro tu pelo,
torito negro tu boca,
torito negro tu beso,
y el más negro de los cinco
tu cuerpo, torito negro.
¡Te quise siempre! ¡Te quise!
¡Te quiero siempre! ¡Te quiero!
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