sábado, enero 09, 2010

PLEGARIA




Gabriela MISTRAL
(Chilena, 1889-1957)

Señor, Tú sabes cómo con encendido brío
por los seres extraños mi plegaria te invoca.
Ahora vengo a pedirte por uno que era mío
mi vaso de frescura, el panal de mi boca.

Cal de mis huesos, dulce razón de la jornada,
gorjeo de mi oído, ceñidor en mi veste.
Me cuido hasta de aquellos en que no puse nada
¡no pongas gesto torvo si te pido por éste!

Te digo que era bueno, te digo que tenía
el corazón entero a flor de pecho, que era
suave de índole, franco como la luz del día,
-henchido de milagro como la Primavera.

Tú me replicas duro, que es de plegaria indigno
el que no untó de preces sus dos labios febriles
y se fue aquella tarde sin esperar tu signo
trizándose las sienes como vasos sutiles.

Pero yo, mi Señor, te arguyo que he tocado,
de la misma manera que el nardo de su frente
todo su corazón dulce y atribulado
¡y tenía la seda del capullo naciente!

¿Qué fue cruel? Olvidas, Señor, que lo quería
y que él sabía suya la entraña que llagaba.
¿Qué enturbió para siempre mis linfas de alegría?
¡No importa! Tú comprendes: yo le amaba, le amaba.

Y amor -bien sabes de eso- es amargo ejercicio:
un mantener los párpados de lágrimas mojados,
un refrescar de besos las trenzas del cilicio,
conservando bajo ellas los ojos extasiados..

El hierro que taladra tiene un gustoso frío
cuando abre, cual gavillas, las carnes amorosas
y la cruz -Tú te acuerdas, oh Rey de los Judíos-
se lleva con blandura como un gajo de rosas.

Aquí me estoy, Señor, con la cara caída
sobre el polvo, parlándote un crepúsculo entero
o todos los crepúsculos a que alcance la vida,
si tardas en decirme la palabra que espero.

Fatigaré tu oído de preces y sollozos,
lamiendo, lebrel tímido, los bordes de tu mano,
y ni pueden herirme tus ojos amorosos
ni esquivar tu pie el riego caliente de mi llanto.

Di el perdón, dilo al fin. Va a esparcir en el viento
tu palabra, el perfume de cien pomos de olores
al vaciarse, toda agua será deslumbramiento:
el yermo echará flor y el guijarro esplendores.

Se mojaron los ojos oscuros de las fieras
y comprendiendo el monte que de piedra forjaste,
-llorará por los párpados blancos de sus neveras...
-¡Toda la tierra tuya sabrá que perdonaste!

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