(Por encima del canto de los buitres que acechaban a las palomas incautas en los corredores y pórticos concurridos, su voz se imponía nebulosa y agria; su “cuello finísimo” [esto extraído de alguna revista de espectáculos y a modo de adulación], pezones grandes y esbeltez de parecer, quebrantaban la castidad de los siameses vitalicios que sostenían, por doquier, bálanos hinchados; y sus vibraciones, encaprichadas por deteriorar la sensatez, fluían versátiles.)
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