(Caminó, se recostó, resbaló por las caricias de los empedrados y qué fácil se impregnaba en su piel los deseos. Era ella la que se desvestía de sus encantos, la que dormitaba jugando a las esperanzas; era ella, sutil experiencia de divina creación, la que acogía con los remiendos del cumplido suelo a los cánticos y serenatas de adoración. Pero sus vastas manos, a veces, escarbaban pesares. En tal caso debía seguir. Sin demora, más allá otros parajes renacían gustosos.)
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