sábado, noviembre 08, 2008

Poema sin título


No me importa nada más,
me bastas.



Las palabras escritas a continuación,
tan solo son despojos de mi ser
que no encontraron otro lugar para impregnarse.

En principio no sé qué decirte,
de tanto pensar no se me ocurre nada.
He buscado mil palabras,
he pasado horas tratando de hacerlo,
y ahora, que aún no sé qué hacer,
preferiría no estar aquí;
pero no deseo salir a ningún lado,
no quiero que nadie me vea.

Con la puerta cerrada,
en este cuarto me siento tan bien...
Me gustaría quedarme aquí para siempre,
no ir a ninguna parte...

Si me vieras, te reirías,
pensarías que no es tan difícil...

Te siento tan cerca y distante.
Tu presencia me hace olvidar,
me comunica con la paz;
y cuando no estás, o no sé de ti,
todo es tan espantoso, tan fuera de sentido.
Ahora ni eso, ni tus palabras.

En estos momentos,
no se qué tanto me sirve saber que vivo.
Si respiro,
si estoy aquí,
qué me importa.

Quisiera entender la dirección de mis actos,
envolverme en múltiples respuestas enrumbadas,
llegar al extremo de mis conclusiones a salvo,
y al final de todo,
saltar al abismo oscuro de mis meditaciones,
perderme en él,
olvidarme de las esperanzas,
no volver a la vida real...

Estos ¿versos? risibles y sin sentido,
forman parte de mi frágil existencia.
Después de todo soy común.
No tengo nada de especial,
no me diferencio de nadie,
no soy diferente.

Imagino mi rostro,
y me burlo de mí mismo.
Todo esto y...
Yo aquí,
pensando en ti,
recordándote...

Estoy loco,
como todo el mundo.

Me refugio en el espacio desnivelado,
en el horizonte intranquilo:
mi cabeza da vueltas y vueltas...
Y sigo pensando,
los recuerdos me atormentan.
¡Basta ya¡

Soy un desperfecto perfecto,
un sueño que vive en un cuerpo material que sin embargo respira y está tibio,
que duerme en las noches, que siente frío, que se emociona.
Soy un sueño, una ilusión mórbida hecha carne.

En tus ojos se podía ver montes inasibles a blanco y negro.
Tus reproches eran melodías que me ponían triste;
tu aliento, un suave aroma que enlutecía la noche;
tus manos, tus pies, tus dientes, todo aquello que estaba en ti,
me anonadaba y me hacía callar,
me obligaban a no pensar en otras cosas.
Realmente, eras indispensable.

Igual ahora,
que no estás,
las puertas de mi minúsculo reflejo,
del ser que me recomienda buscarte,
esas puertas...
esas puertas...
siguen abiertas,
esperan a que yo las atraviese y me encamine en tu búsqueda.

Miro por la ventana tratando de encontrarte en el cielo,
respiro y no le encuentro saludable al aire...

Es de noche, pero no deseo hablar de la luna,
ni de los "crepúsculos inevitables";
nada de eso, sólo voy a pensar en ti.

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