Federico BARRETO
(Peruano, 1862-1929)
Es invierno y una noche negra, fría y tempestuosa
en la lúgubre capilla de un asilo monacal
yace el cuerpo inanimado de una joven religiosa,
que agobiada por la pena se murió como una rosa
arrancada de su tallo por el fiero vendaval.
Blanco traje que realza su magnífica belleza
simboliza su inocencia, su bondad y su candor
rosas blancas en capullo le circundan la cabeza,
y parece aquella virgen que murióse de tristeza
una novia desmayada en su tálamo de amor.
El silencio que allí reina es tan sólo interrumpido
por el viento que sacude las vidrieras al pasar,
por el viento y otras veces por el tétrico graznido
de los búhos que allí moran, que han formado allí su nido
y que atisban lo que pasa por la grieta de un altar.
Mil rumores misteriosos, mil incógnitos sonidos
llegan vagos y confusos a la casa del Señor
es un lúgubre concierto, de sollozos y gemidos
de susurros y plegarias, de mil ecos doloridos
que acongojan y estremecen, que dan pena y dan horror.
Cuatro cirios iluminan con fulgores inseguros,
el cadáver de aquel ángel de belleza y de virtud
y las sombras que proyectan esos cirios en los muros
van y vienen en silencio por los ámbitos oscuros
como un coro de fantasmas circundando un ataúd.
Dan las doce lentamente en el viejo campanario
y al vibrar en la capilla la hora tétrica y fatal
sale un monje de albo traje por la puerta del sagrario
atraviesa a pasos lentos el recinto solitario,
y se postra de rodillas ante el lecho funeral.
Se diría que le agobia todo un mundo de tristezas
que le mata el desconsuelo, que se muere de aflicción.
¿Por qué crispa sus dos manos? ¿Por qué inclina la cabeza?
¿Por qué tiembla? ¿Por qué gime, por qué llora, por qué reza?
¡hay misterios que estremecen hasta el fondo del corazón!
De repente se alza el monje del helado y duro suelo
a la muerte se aproxima y la llama a media voz,
y al ver que ella sigue muda, sigue fría como el hielo
la acaricia con ternura, la mirada eleva al cielo
y murmura entre los dientes "Qué justicia Santo Dios"
Luego clava sus pupilas en la pálida doncella
la contempla largo rato con recóndita piedad
y tomando entre sus manos una mano de las de ella
la aproxima hasta sus labios, con un ósculo la sella
y habla y gime y llora a gritos como un niño en la orfandad.
¡Dora! exclama: ¡Dora mía! te estoy viendo muda y yerta;
y no creo que la muerte haya osado herirte a ti
¡muerta tú!... ¿será posible? no, mil veces no estás muerta,
duermes... sueñas, estás viva, por piedad mi amor despierta
no te mueras, no me dejes, vive, vive para mí.
Yo era huérfano, y estaba solo y triste en este suelo
mas Dios quiso que te hallara y no tuve penas ya,
¿lo oyes Dora? ¡Dios lo quiso! piedad tuvo de mi duelo
y para ángel de mi guarda te envió un día desde el cielo,
tú no puedes pues morirte, Dios no quita lo que da.
Así envuelta en blancos tules, coronada así de flores
ofrecí llevarte al templo y jurarte esclavitud,
¡sueño efímero! tus padres por matar nuestros amores
te encerraron en este antro de recónditos dolores
y hoy que vengo a buscarte te hallo en un ataúd.
Pobre novia de mis sueños, pobre tórtola sin nido,
virgen mártir que viviste con el alma rota en dos
¿por qué callas si te llamo? ¿por qué no oyes mi gemido?
¿te cansaste de esperarme y a los cielos has partido?
Vuelve... vuelve te lo ruego, yo te quiero como a Dios.
Calla el monje, mas de pronto como un loco que se excita
toma en brazos aquel ángel que en la vida tanto amó
y besándola en la boca "¡Vuelve en ti por Dios le grita!"
toma mi alma, en este beso, resucita, resucita.,
toma mi alma, toma mi alma, vive tú aunque muera yo.
Un prodigio se ve entonces, ella agita sus despojos
como herida de repente, por el dardo del dolor
en sus pálidas mejillas, aparecen tintes rojos,
quiere hablar, mueve los labios; ya despierta, abre los ojos
todo alivia, hasta la muerte a los besos del amor.
Una aurora clara y bella a la noche ha sucedido
y en el templo que el sol baña y empieza a iluminar
yace el monje de albo traje junto al féretro tendido
y los búhos que allí moran, que han formado allí su nido
lo contemplan con asombro por la grieta de un altar.
¡Está muerto! y se diría que perdura en su hondo duelo
que repite entre los dientes: "Qué justicia Santo Dios"
¡está muerto! lo mataron el dolor y el desconsuelo,
no halló aquí a su prometida y a buscarla se fue al cielo,
¡Ya están juntos! una tumba es la tumba de los dos.